Queridos feligreses:
Al reabrir nuestras iglesias para la celebración de la Misa y los Sacramentos con el Pueblo de Dios presente y participando activamente, reconocemos que no podemos eliminar el muy posible riesgo de infección por el nuevo coronavirus o COVID-19. Sin embargo, sus párrocos y yo estamos comprometidos a reducir el riesgo tanto como sea posible. Reabrimos porque creemos, como Iglesia, que no hay sustitutos para la recepción de los Sacramentos, y nuestra primera prioridad es ser “el signo de esperanza y el instrumento de salvación de toda la raza humana”.
El martes 26 de mayo, las parroquias volverán a celebrar Misas diarias (desde el 18 de mayo en el condado de Monroe). Sin embargo, se requerirá el distanciamiento social con una separación de aproximadamente 6 pies entre las personas (excepto los miembros de una familia con el mismo hogar); a los fieles se les pide que usen una máscara sanitaria y que la mantengan puesta durante la Misa, quitándosela solo para recibir la Sagrada Comunión. Los himnarios, los misales y el agua bendita serán removidos de la iglesia; y la iglesia y sus instalaciones serán desinfectadas entre servicios. Los desinfectantes para las manos estarán disponibles en las entradas de la iglesia. Al entrar o salir de la iglesia, y al acercarse al altar para recibir la Sagrada Comunión, se les ruega que mantengan una distancia social adecuada.
Necesitaremos de algún tiempo para acostumbrarnos a estos arreglos, y, por lo tanto, se les pide que presten atención a los ujieres u otras personas que puedan estar dirigiendo. Después de la Misa, por favor, no se congreguen en la iglesia o en el exterior, sino diríjanse a sus casas.
Durante la Misa, no se tomen de las manos (por ejemplo, durante el rezo de la Oración del Señor), ni intercambien el Signo de la Paz. Mientras predique o se encuentre en el altar, el celebrante no usará una máscara sanitaria, pero él y los otros ministros lo harán cuando distribuyan la Sagrada Comunión. (Si alguien no está de acuerdo con la necesidad de usar una máscara sanitaria, yo le pediría a esa persona que la usara de todos modos, por respeto y por caridad hacia sus hermanos feligreses.)
El distanciamiento social reducirá el número de fieles que pueden ser acomodados quizás solo en 25 a 30 por ciento de la capacidad habitual de su iglesia. Sus sacerdotes parroquiales, con el aporte de sus consejos planearán adecuadamente, tal vez agregando más Misas al horario si fuera necesario, o estableciendo algún tipo de “sistema de reservaciones” para garantizar que todos los que deseen asistir puedan hacerlo.
La dispensa de la obligación de asistir a Misa el domingo continúa indefinidamente. El buen juicio y la razón deben guiar su decisión sobre cuándo deben continuar asistiendo a la Misa dominical.
Si está enfermo o tiene síntomas similares a los de la gripe, quédese en casa. Si es frágil debido a su edad, o es vulnerable debido a una afección subyacente, o si tiene bajo su cuidado a alguien que lo es, sería razonable que se quedara en casa. Si siente temor, quédese en casa.
Estos feligreses “a domicilio” deben contactar a la rectoría de la parroquia y hacer los arreglos para que se les lleven los Sacramentos.
No vivimos en un mundo libre de riesgos: nunca ha sido así. Hay una cierta cantidad de riesgo que asumimos cuando cruzamos una calle, o cuando nos subimos a nuestros autos para ir a trabajar, o incluso a la tienda más cercana. Nunca podemos eliminar el riesgo por completo, pero la prudencia nos ayuda a reducir el riesgo siempre que sea posible. Entonces, cuando cruzamos una calle, vamos a un cruce peatonal y miramos a ambos lados antes de cruzar; cuando nos subimos a nuestro auto, nos aseguramos de que esté funcionando de manera segura, de que los frenos funcionen, etc.; y cuando hacemos un giro, utilizamos nuestras señales de giro.
El coronavirus, COVID-19, ha introducido nuevos riesgos en nuestras vidas, y hasta que haya una vacuna ampliamente disponible, no podremos eliminar completamente los riesgos, pero debemos tratar de reducir esos riesgos con prudencia, siempre que sea posible. Por esta razón, el mundo entero se “encerró”, practicando la distancia social, lavándose las manos con frecuencia, y permaneciendo prácticamente en casa tanto como fuera posible. El “bloqueo” tuvo éxito en la misma medida en que la propagación de este virus altamente contagioso se redujo, y nuestros hospitales no se vieron abrumados por los casos de COVID-19. Sin embargo, todos hemos pagado un precio muy alto, porque todos nos hemos visto afectados, incluso aunque no todos hemos sido infectados. Nuestras vidas dieron un vuelco: las escuelas cerradas, las reuniones públicas limitadas, millones de empleos perdidos y, a pesar de estas medidas, muchos miles se han enfermado y muchos de nuestros seres queridos han muerto.
En la Arquidiócesis de Miami, suspendimos las Misas con la presencia de congregaciones a partir del 16 de marzo. Sin embargo, nunca “cerramos”: nuestras oficinas parroquiales permanecieron abiertas; nuestras escuelas, nuestras
Caridades Católicas, nuestros Servicios de Salud Católicos, nuestro Centro Pastoral continuaron sus operaciones. Los sacerdotes continuaron llamando a los enfermos, escuchando confesiones y ofreciendo la Misa todos los días. Mediante la transmisión en vivo de Misas, estudios bíblicos y muchas otras actividades, sus sacerdotes se esforzaron por permanecer presentes para ustedes, sus feligreses. Y aunque no pudieron celebrar Misas en la iglesia con ustedes en estas últimas
semanas, nunca dejaron de ofrecerle al pueblo de Dios el más importante de sus “servicios esenciales”: el de sus oraciones.
Las autoridades civiles de los Estados Unidos y el mundo están “desbloqueando” lentamente las diversas jurisdicciones bajo su control, incluso a pesar de que los científicos y los profesionales de la medicina continúan instando a la cautela. El nuevo coronavirus todavía está entre nosotros, al igual que el riesgo de contagio. A medida que avanzamos para reabrir, la prudencia —la capacidad de gobernarnos y de someternos a la disciplina mediante el uso de la razón—, debe regir nuestras acciones. No hay sustituto para el buen juicio.
Afectuosamente suyo en Cristo,
Monseñor Thomas Wenski
Arzobispo de Miami